El gráfico que abre esta contribución, pretende considerar algunas causas del grave déficit de lectura en sociedades como la mexicana, aunque probablemente este déficit es común a un ámbito geográfico más amplio.

Considerando el déficit de lectura como un problema, elegimos el diagrama de Ishikawa para desagregar los factores que presumiblemente desembocan en una escasa práctica de la lectura, en nuestra región.

Consideramos aspectos estructurales del problema, como la infraestructura -bibliotecas, librerías, recursos bibliográficos-, factores culturales y humanos, factores relacionados con el conocimiento, con la evaluación y el entorno que dificulta la lectura.

Hablemos en primer lugar del entorno.

Una razón plausible por la que la gente no lee tiene que ver con el tiempo disponible para hacerlo. Tomando en cuenta que en medios urbanos se extienden a veces de manera irracional los tiempos de traslado, podría esperarse que más gente leyera en los trayectos (como ocurre en Japón o Finlandia), pero aquí no ocurre ésto. Con respecto al impacto de la tecnología, podría decirse que los teléfonos celulares y las tabletas o computadoras, ofrecen una profusión enorme de contenidos en diversos medios, audio y video, y por ende tampoco promueven la lectura, y menos la lectura concentrada de textos sustanciosos o sustantivos. Géneros con un mayor nivel de complejidad, como el teatro, la novela o el ensayo, demandan una lectura cuidadosa, por lo que la premura con que se vive, y la omnipresencia de los medios masivos, no permite apreciar algunos valores estéticos y cognoscitivos que son fruto exclusivo de la lectura.

Los medios de comunicación, como ya hemos mencionado, participan en este déficit de la lectura, pues son muy raros los programas televisivos que promueven alguna lectura, o que muestran personas leyendo. El cine y la música pueden mantener enganchados, por horas, a los espectadores, alejados del acto básico de leer, librándolos de interpretar y reinterpretar significados, dando paso con ello a una dificultad creciente para comprender textos elaborados.

Esta atención diluida y fragmentada por la relativa facilidad y accesibilidad de las imágenes en movimiento, no estimula necesariamente a la voluntad de saber más o de conocer e indagar, por lo que muchas personas solamente se apropian de modo pasivo de algo que les es dado en los medios, y muchas veces lo adoptan como verdad sin un proceso crítico o reflexivo.

Por cuanto al método o la técnica de la lectura, podría decirse que ésta no se realiza siempre en las mejores condiciones, para convertirse en un acto plenamente satisfactorio y (auto)creativo. Los espacios públicos pueden ofrecer una incomodidad continua para realizar la lectura, pues suelen estar llenos de distracciones. Por otro lado, en los momentos de aislamiento en espacios privados, generalmente domésticos, se puede optar fácilmente por algo de la inmensa oferta de estímulos audiovisuales de los medios o de la red, que no necesariamente implican un proceso prolongado de análisis, interpretación, comprensión, asimilación, etcétera.

Tampoco se presta especial énfasis en la transmisión o enseñanza del hábito de la lectura en las familias. No es nada común escuchar a padres de familia diciendo que llevan a sus hijos a las bibliotecas, o a las librerías, o que los ayudan a escoger los libros que los niños podrían estar integrando, desde una edad temprana, a sus bibliotecas personales. Si en el hogar leer no es una conducta observada, si nadie practica la lectura silenciosa y atenta, esta experiencia acabará por convertirse en ajena o desconocida para los futuros ciudadanos.

La lectura es una actividad que puede parecer ociosa, por falta de conocimientos acerca del efecto en el aprendizaje y el desarrollo de la identidad, que puede tener frutos muy relevantes, no sólo culturales, psicológicos o espirituales, sino también sociales y económicos. También se desconoce el poder socializador de la lectura, por ejemplo, cuando se hace en grupos o en familias la lectura en voz alta de contenidos que pueden ser interesantes o relevantes para todos.

La lectura es una actividad que, por lo que se ha dicho hasta este punto, se realiza esporádicamente, de forma tal vez ineficiente, y que deja bastante frustración entre los que la practican, dado que no contribuye de manera inmediata a una gratificación o reconocimiento por parte de los que le rodean. Sin embargo, cabe señalar que los beneficios que brinda la lectura en el mediano y largo plazo y aún en el corto, rebasan a todas las expectativas de los lectores.

Como el entorno es adverso a la práctica de la lectura, tampoco es una actividad que se pueda medir o ponderar de manera adecuada. La naturaleza subjetiva de la reinterpretación de significado, es pasada por alto por la mayoría de las personas y, en el mejor de los casos, solamente llega a ser apreciada por el lector y, tal vez, por algunos docentes. Esta naturaleza subjetiva del acto lector, lo ubica en una zona nebulosa, donde la estadística y las matemáticas, dos de las herramientas favoritas de las ciencias, no pueden indagar mucho, para arrojar luz sobre su importancia o relevancia. Tampoco se suelen llevar estadísticas o métricas cuidadosas y detalladas de lo que se lee, ni mucho menos del efecto que esa lectura causa a nivel cognitivo o emocional. El reconocimiento académico puede provenir en cierta medida de la capacidad desplegada en la lectura, en forma de evidencias de aprendizaje o evaluaciones aprobadas con altas calificaciones. Sin embargo, estas mediciones podrían ser engañosas o incluso ocultar hechos más profundos relacionados con el impacto en los individuos y las sociedades del acto de leer.

Aunque se han sondeado aspectos como el número de libros leídos por persona al año, este parece ser un indicador de orden cuantitativo que deja de lado aspectos como la calidad o los efectos y resultados de la lectura.

Por otro lado, la naturaleza de los sistemas educativos, únicamente permite asumir que los estudiantes están leyendo, de manera muy indirecta, sin conocer más a fondo el efecto o el impacto que causan los temas de los cursos, o los enfoques y los textos aplicados a los mismos, en la conciencia y en la preparación de los estudiantes.

Sí pruebas como PISA revelan algo, es que muchos estudiantes que, de alguna manera, escalan por los diferentes niveles de la educación básica y media, suelen comprender muy poco de lo que leen. A esta problemática se suman los factores del entorno, ya señalados, que agregan complejidad a las estimaciones, e invisibilizan muchos de los efectos de los actos lectores entre la población.

Es de suponerse que el acceso a los libros, como recursos impresos, y también a sus versiones digitales, está mediado sobre todo por el poder adquisitivo de la población. Cabe esperar en consecuencia que, en los hogares pobres del país, se lea efectivamente mucho menos, dado el costo -muchas veces prohibitivo- de los libros. Los libros pueden considerarse con frecuencia, en esas circunstancias, artículos de lujo, por los precios y por la poca utilidad o beneficio inmediato que reportan, con excepción tal vez de los manuales y guías, cuya lectura se traduce en algunas eficiencias, en diversos ámbitos.

No obstante que los organismos del estado se plantean la creación de una red nacional de bibliotecas públicas, la realización de eventos relacionados con la lectura y aún la impresión masiva de millones de ejemplares de los libros de texto gratuitos para la educación básica y media, es muy perceptible la carencia de espacios públicos, bien ubicados, cerca de las poblaciones de usuarios potenciales, con acervos adecuados y actualizados, lo que pondría de relieve la importancia de dichas instituciones -las bibliotecas- como una forma de brindar acceso a la gente con menores ingresos a los libros, la lectura y la cultura. Las políticas económicas, los costos del mercado globalizado y otros factores, como las barreras lingüísticas, también han llevado a muchos libreros y librerías, casi a su total desaparición. La falta de lectores que consideren fundamental el contar con libros y con buenos libros, deja a los vendedores de libros ofreciendo lecturas de divulgación, o best-sellers, en el mejor de los casos. Se deja de lado la lectura de obras filosóficas, de joyas literarias de todo el mundo, o de las obras señeras del pensamiento occidental y oriental. El resultado es un campo social propicio para la implantación de ideologías supremacistas, de prejuicios anticientíficos o pseudocientíficos, lo que conlleva a una degradación de la convivencia y a una derrota de la civilización que se convierte en machismo, racismo, xenofobia, y un espectro floreciente de -ismos que causa vértigo. Las víctimas directas de estos procesos de autodestrucción cultural son el idioma, la posibilidad de comprensión entre culturas y, finalmente, la convivencia pacífica.

El debilitamiento de las bibliotecas, las librerías, la extinción de los círculos de lectura, de la lectura en voz alta aún en las escuelas, y el predominio de lo digital, de la movilidad, de la asincronicidad y de lo mediado tecnológicamente, conlleva a lo que Herbert Marcuse denomina, hombres y mujeres unidimensionales. Seres enajenados de sus potencias más elevadas, reducidos a engranes de un sistema económico que lo mismo busca hacer eficientes todos los transportes, y gratificantes experiencias como alimentarse o convivir, pero que con la misma lógica maximalista también fabrica nuevas y cada vez más pavorosas armas de destrucción masiva.

Un país democrático debe atender esta necesidad social de la lectura, las bibliotecas y los libros, siempre, aunque haya otras necesidades de orden económico o social, el fomento de la lectura entre sus ciudadanos, será el principio de posibilidad de una sociedad crítica y reflexiva, que participe junto con las autoridades, en las acciones de gobierno, y en las decisiones cruciales para el desarrollo colectivo con calidad humana. O, bien, que se oponga a las medidas que dañan la soberanía, afectan la independencia o ponen en riesgo el desarrollo armónico de los individuos.

De ese modo, parece inexcusable que, así como se destina presupuesto a servicios básicos, como el acceso al agua, a la electricidad, a la salud, al transporte y aún a la educación, no se destinen recursos económicos de manera suficiente y consistente, para asegurar el acceso de los ciudadanos a los recursos documentales, a través de bibliotecas en número suficiente y con los recursos actualizados adecuados que, indudablemente, ayudarían a potenciar el uso y disfrute de todos los demás servicios y el ejercicio pleno de los derechos sociales.

Los docentes y padres de familia deben romper con la comodidad de estar ausentes de los actos lectores de los niños y adolescentes. Deben ser interlocutores informados, capaces de guiar a los aprendices en el arte de desentrañar significados, de leer entre líneas, aún de detectar las medias verdades y las francas mentiras, en todo lo que circula como un texto en nuestra sociedad. Sin ese apoyo, y sin el modelaje de actitudes críticas, nos encaminamos hacia una forma de agrupaciones sociales anómicas, sin identidad propia, despersonalizadas, brutalmente uniformes y acríticas, arrastradas por sucesivas oleadas de marketing y que, lo mismo aplauden a un pseudo-artista o pseudo-deportista lanzado a un cargo de elección popular, que se mantienen indiferentes ante el genocidio o el ecocidio. La ausencia de bibliotecas suficientes y bien dotadas, y de una política cultural intransigente respecto del derecho a la lectura, conduce al epistemicidio.

Finalmente, el núcleo de esta preocupación recae en cada individuo particular. El individuo embarcado en la aventura de ser persona, debe saber reconocer la necesidad y la importancia de informarse leyendo, para que su participación en la vida colectiva le brinde los mejores resultados, en lo personal y en lo comunitario. Pero éste parece ser un espíritu difícil de contagiar. Parece que tiene que haber una predisposición de los sujetos para advertir que el camino estrecho de la lectura, lento, complejo, difícil, realmente puede brindar enormes satisfacciones. No debería ser así.

La lectura permite que un individuo, limitado en todos los sentidos, perciba un enorme ámbito de libertad y de responsabilidad a su alcance, que un individuo señalado por la muerte, que le ocurrirá con toda certeza algún día, participe de la historia de la toda la humanidad y aún, gracias a los conocimientos científicos, reconozca y participe -en su medida, a través del misterio y del asombro- de la historia de la totalidad del universo.

Por ello, es fundamental la lectura como un camino gradual de auto-exploración y auto-conocimiento, de autodefinición, de auto-realización.

Por último, en este breve documento quisiera señalar que se requiere adecuar la pertinencia y la calidad de los materiales de lectura, a los diferentes niveles en que se ubican los lectores potenciales. Hace falta sugerir, como lo han hecho algunos académicos, planes de lectura que agrupen, en forma de antologías o al menos de bibliografías mínimas necesarias, los bagajes que se requieren para ser auténticamente humanos, mejores personas, mejores ciudadanos, mejores entes políticos, conscientes de que el mayor y primero de todos los males es el olvido y la ignorancia.

Carlos Alberto Sánchez Velasco