Carlos Alberto Sánchez Velasco

Hasta ahora ha prevalecido un paradigma centralista o centralizador de la información: los grandes proveedores, los dueños de las redes sociales, los agregadores de contenidos, los mercaderes de la información, los tenedores de los documentos, los grandes medios noticiosos, la prensa, la radio, la televisión, las productoras cinematográficas han detentado el control de acceso total a su información digitalizada y a la de sus usuarios.
En vista de lo anterior, el movimiento a favor del acceso abierto, los repositorios y bibliotecas virtuales de algunas instituciones y gobiernos, han permitido -en alguna medida- democratizar el acceso a la información y el conocimiento permitiendo la inclusión de grandes porciones de la población al acceso al contenido digitalizado.
Es cierto que la web2 ha permitido la inclusión y participación a cientos de millones de usuarios, pero lamentablemente, y cada vez con más frecuencia, mediante una apropiación en la práctica de los contenidos generados por los individuos y grupos, lo que puede parecer abusivo, o mediante esquemas de suscripción y de pago, que generan un ciclo recursivo de acumulación de riqueza en pocas manos, y que deviene en una importante concentración de riqueza y de poder corporativo, o comercial, sobre la inmensa masa relativamente anónima de consumidores o usuarios afiliados.
La web2 reproduce los mismos esquemas de plusvalía y acumulación de riqueza que se dan en el capitalismo. Los dueños de los medios de comunicación digital, tales como Facebook, Twitter, Youtube, Instagram, TikTok, aprovechan los contenidos digitales generados por miles de millones de usuarios suscriptores -mismos que obtienen una magra ganancia en términos de visibilidad- pero solamente algunos, muy pocos, los que monetizan su contenido, pueden obtener ingresos incluso considerables por su participación en redes.
Pero las inconmensurables ganancias resultan de la publicidad incorporada a dichas redes sociales, tal como ocurre en la red de videos de YouTube, Facebook, Instagram, X, etc. Existen, por lo tanto, elementos de interés público y de beneficio social, en la existencia de esas redes centralizadas basadas en la web2, tal como las conocemos.
Por otro lado, es evidente el interés comercial y particular que los dueños ponen en sus empresas mediáticas digitales. De nuevo, el poder de decisión, la gobernanza y destino de estos proyectos están en manos de unos pocos individuos.
La web3 ofrece un terreno notablemente diferente para la continuación de la expansión digital de la humanidad. El ciberespacio se vuelve un ámbito prácticamente inagotable cuya única frontera es la cantidad de zettabytes o exabytes disponibles para almacenamiento en las granjas de servidores, y del ancho de banda disponible para la transmisión, búsqueda y recuperación o publicación, de la plétora de recursos que componen lo que ahora comienza a denominarse metaverso.
Una de las banderas o estandartes de la web3, por tanto, es la descentralización: no dependeremos de un servidor, de un gigante monopólico como Microsoft o Google para poder navegar por el ciberespacio, los navegadores basados en la cadena de bloques podrán representar todo tipo de contenidos de la red, en un entorno completamente personalizable y virtual. Puede decirse que la web3 va de la mano con las distintas representaciones del metaverso.
Dicho metaverso comienza a constituirse por entornos virtuales autónomos pero interconectados, de modo que la transición entre los mismos será relativamente transparente, y las posibilidades de interacción se ampliarán para abarcar completamente el sensorium humano: lo visual, auditivo e incluso lo táctil (mediante guantes de datos y trajes de sensopresión), hace algunos años circulaba la noticia de una web olfatoria.
Las gafas de realidad ampliada de Apple y las Oculus, por ejemplo, apuntan en tal dirección, aunque por ahora a costos prohibitivos. A lo largo de su desarrollo, la web2 nos brinda una experiencia bastante parecida a la interacción tradicional con el papel (pantallas) y los instrumentos de escritura (los dedos, lápices digitales, ratones y teclados). Pero el futuro será aún más inmersivo, por no decir totalmente inmersivo. Habrá tantas representaciones de la red como interfaces de navegación existan, y éstas estarán personalizadas de acuerdo a los gustos y necesidades de cada individuo. La inteligencia artificial también participará de la web3 en gran manera, y las formas «rudimentarias» de su uso, basadas en prompts de texto, se volverán instrucciones verbales, audibles, y se apoyarán en algoritmos de reconocimiento facial y emocional o anímico de los usuarios, en evaluaciones instantáneas de la satisfacción o insatisfacción con los diferentes resultados, creados al vuelo, en tiempo real por las redes descentralizadas que integrarán el metaverso. Las cadenas de bloques también están estrechamente relacionadas con la descentralización financiera y tecnológica que enarbola la web3. El blockchain, en que se fundamenta la criptoeconomía permitirá a la vez la privacidad y la inviolabilidad de la información intercambiada, lo que añade toda una nueva dimensión de complejidad problemática al manejo ético de la información y el conocimiento.
Otra bandera de la web3 es la multipolaridad, la concurrencia y la cooperación. Se busca que todos los protocolos y estándares converjan hacia una gran unificación, de modo que no haya barreras o silos de información a los que no se pueda acceder -salvo, por supuesto, para contener aquellos recursos digitales que sean de uso reservado para una comunidad, gobierno o empresa. La tokenización de la realidad material, de los objetos y entidades (meta de la web de las cosas o WoT), conducirá a una economía de tokens que supone una reformulación completa de las teorías del intercambio, la distribución y la acumulación. En ello, de nueva cuenta, adquirirá un carácter estratégico el acceso a los recursos naturales y a la información. La oleada actual de proyectos de tokenización, como el sellado de tokens no fungibles o NFTs, para toda clase de producciones intelectuales y artísticas, el concepto de singularidad o unicidad de la obra y el de propiedad digital de la misma, acarreará también una nube de complejidad conflictiva con las nociones tradicionales de propiedad intelectual, derechos patrimoniales y derechos de uso de las obras de dominio público.
Se supone que la web3 también incrementará la confidencialidad y privacidad de la información. Los procesos de gobernanza digital basados en la web3 brindarán certeza y confianza a las instituciones, que tomarán cada vez más decisiones a través de la participación de los tenedores de activos digitales, NFTs o criptomonedas, con el auxilio o el uso pleno de la inteligencia artificial.
La web3 también erige como estandarte la sustentabilidad. La innovación continua de algoritmos y códigos explotará de manera cada vez más eficaz los tiempos de procesamiento, y los consumos energéticos dedicados a las redes y las microcomputadoras. Estas divisas, podrán alcanzar expresiones mínimas. Dentro de algunos años, las divisas digitales de uso individual, como los por hoy llamados teléfonos celulares inteligentes, con capacidades de almacenamiento medidas en gigabytes o incluso terabytes, lucirán como un exceso estrafalario e innecesario. El grueso de la data generada, almacenada y transferida en el orbe, se localizará en grandes «nubes de nubes» informáticas.

Hoy en día, NVIDIA ofrece un servicio de renderizado de imágenes en la nube, para juegos de video, que se ejecuta en sus servidores y granjas de GPUs y únicamente manda las resultantes de video de alta resolución a las consolas o computadoras de configuración mínima, conectadas. Si no hay limitantes en ancho de banda, todo se entrega con la mayor fidelidad gráfica y realismo tridimensional máximo. Dado que los gráficos representan una labor de computación intensiva, si han logrado eso, cualesquiera otros algoritmos de procesamiento e interacción con los usuarios serán tareas fácilmente realizables.
En la web3, la computadora es la red. La inteligencia artificial será por completo «el sistema operativo». La economía será de tokens o de monedas digitales. Los bancos intentarán imponer el uso de las CDBCs (monedas digitales oficiales del banco central) a toda costa, para no perder la rectoría de la economía, de la que han obtenido enormes beneficios.
La web3 ofrece en ese ámbito un futuro de oportunidades para la inclusión financiera y la bancarización digital descentralizada de miles de millones de individuos, permitirá fomentar el intercambio económico global, la inversión comunitaria (crowdfunding), y acelerar las transacciones y reducir los costos de las operaciones financieras, a niveles mínimos, disminuyendo los «pools» o albercas de capitalización de acceso restringido, que han permitido el surgimiento hasta hoy, de personas cuyas economías personales y familiares superan a las de varias naciones pobres enteras.
La web3 presenta desafíos interesantes. Cuando Tim Berners Lee inauguró la WWW tal como la conocemos, tal vez no sospechaba que esa idea seminal alcanzaría todos los ámbitos de la vida humana con la vuelta de los años.
Las bibliotecas tienen mucho trabajo que realizar para la tokenización de sus activos, la puesta en circulación del saber universal, dominio del metaverso, de las cadenas de bloques para la trazabilidad educacional y de los logros del aprendizaje, la productividad y calidad académica, facilitando la confianza en la integridad de la identidad, los derechos de acceso, promoviendo a la vez la colaboración (la socialización, externalización, combinación e internalización, del ciclo de producción de conocimiento, según Nonaka-Takeuchi) para la satisfacción de las necesidades humanas, como las concibió Abraham Maslow, en un derrotero de humanización creciente.
Mientras haya individuos que gestionen información, con el apoyo de todos los instrumentos tecnológicos, que puedan supervisar, auditar y evaluar la operación de las inteligencias artificiales, podremos hablar de un desarrollo humano. Pasado ese punto, lo demás podrá llamarse con justa razón, desarrollo posthumano.