Por Alfredo Ybarra (originalmente publicado en IDEAL, 19 de mayo. 2021)

De vez en cuando me descubro a mí mismo escribiendo a mano en cualquier papel o en un cuaderno donde anoto ideas, a veces peregrinas, casi siempre deslavazadas y en alguna que otra ocasión hasta yo mismo me sorprendo de su tono y congruencia. Escribir a mano se ha vuelto un anacronismo, una extravagancia. Prácticamente hemos dejado de hacerlo. Utilizar las redes sociales redime de la molestia de buscar papel y aplicarse en la tarea de trazar en él con un “considerable esfuerzo mental” signos que a través del lenguaje representen ideas. Hay muchos apóstoles del fin de la escritura a mano, que ya es un parpadeo en la larga historia de las tecnologías de la escritura, y dicen que el manuscrito, igual que pasó con las tablas de arcilla, las señales de humo y otros inventos de la Antigüedad, caerá en el definitivo desuso. La expresión manuscrita ya se vio amenazada cuando aparecieron el teléfono y la máquina de escribir hace siglo y medio; y ciertamente su uso disminuyó sensiblemente en beneficio de esas invenciones, aunque entonces pocos se plantearon su desaparición. Y aunque hay defensores de la necesidad de utilizar la escritura a mano, y desde la neurociencia nos darán importantes razones para asirse de algún modo al manuscrito, este va a quedar como algo secundario. Pero creo que el camino, la clave, estriba en complementar (y ahí la educación es esencial) más que en despreciar. Pero además, no todo en la vida tiene que ver con el fin, ni siquiera con el medio, sino con el puro placer, el gozo de lo creativo, la música de los días. Porque defender la supervivencia de la escritura a mano, es de algún modo apostar por “vivir a mano”. Escribir y vivir como un proceso íntimo, como un ir pausadamente domeñando el tiempo y el espacio, palpando en un ámbito más personal que el fondo de una pantalla los efluvios que encarecidamente musitan, saboreando cada paso de este simbólico recorrido. Además, leí en algún sitio que decimos y razonamos más cosas cuando escribimos a mano, aunque las palabras sean las mismas.

La forma es el fondo. Y la evolución de la humanidad no se entiende sin el hallazgo de la escritura en su física y su metafísica. John Banville declaró que la realidad no era tal para él hasta que no pasaba por el tamiz que la convertía en palabras. Nietzsche señaló que toda herramienta de escritura lo es también de pensamiento. El argentino Sergio Chefjer, en su libro Últimas noticias de la escritura, a través de una libreta que se convierte en protagonista subraya distintos convencimientos. Entre otras cosas dice que hay que ser escribiente para ser escritor, o que esa libreta de la que habla es un objeto de transición, no algo secundario, sino que tiene una magia especial al ser parte de una actuación significativa. El manuscrito es un conjunto de retazos, de detalles, de guijarros y sutiles briznas, que se despliegan a lo largo del momento de escribir, del hecho de vivir, y hay que anímicamente desmenuzarlos. Ese proceso es la esencia de la existencia, no simplemente la meta.


(Imagen: revista de arte.com. borrador de poema dedicado a su padre de Antonio Machado)

Nota: Agradezco al autor su consentimiento para reproducir su escrito.